lunes, 31 de diciembre de 2012

La rubia Albión se corta sola (28 12 12)

HOY DÍA CÓRDOBA – Periscopio – viernes 28 de diciembre de 2012


PERISCOPIO

La rubia Albión se corta sola

por Nelson Gustavo Specchia






La crisis económica que se ha instalado ya estructuralmente en el primer mundo tiene formas diversas de manifestarse en los dos principales socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (la tan defaultiada OTAN de nuestros días), los Estados Unidos de América y la Unión Europea. Los socios estratégicos de lo que hasta hace relativamente poco tiempo se denominaba “primer mundo” tienen, al interior de sus territorios, urgencias diferentes productos del mismo conjunto de causas, lo que los lleva también a imaginar estrategias diversas para enfrentarlo. El presidente norteamericano, por caso, ha decidido interrumpir sus vacaciones en Hawai para volver a Washington e intentar, in extremis, frenar la caída en el “abismo fiscal”, con la economía estadounidense estancada entre la crisis mundial y la puja parlamentaria entre demócratas y republicanos en el Capitolio.

En la “vieja Europa” (Donald Rumsfeld dixit), por su parte, la hegemonía de los partidos conservadores que gobierna la mayoría de los Estados miembros se ha alineado, contra viento y marea, al “diktat” de la Canciller alemana Ángela Merkel, con su insistencia de ajuste, achicamiento de subsidios y ahorro a rajatabla. Ni los políticos que generaron un hálito de esperanza en la confrontación con Merkel –como el nuevo presidente socialista francés, François Hollande- ni los líderes de gobiernos que declararon que probarían vías alternativas –como el recientemente renunciado jefe del “gobierno técnico” italiano, el profesor Mario Monti- pudieron salirse del librero escrito en Berlín. Antes bien, como es cierta la posibilidad de que los sectores bancarios, o el conjunto entero de alguna economía nacional, deban acudir, más temprano o más tarde, al “rescate” del Banco Central Europeo (BCE, también bajo el “diktat” merkeliano), los países menores se esfuerzan por ser los mejores alumnos. Por ejemplo, en esa aplicación aduladora con la estrategia de Ángela Merkel, la Comunidad de Madrid acaba de privatizar, de un solo golpe, toda la sanidad pública.

CAMERON, EL SOLITARIO

En este panorama de uniformidad estratégica, el premier británico David Cameron aparece como la mosca en la leche; más que un disidente, un “outsider” que ante la posibilidad de quedar encadenado a la debacle continental, o ante el mayor riesgo de apostar por una profundización del proceso de integración (la salida que piden los intelectuales y los pocos voceros de la centroizquierda que aún se animan a opinar en los medios), Cameron ha encontrado una alternativa muy a la británica: sacar los pies del plato.

El antieuropeísmo inglés no es nada nuevo. En realidad, viene desde los orígenes de la propia asociación política, en la segunda posguerra: ya es una anécdota recurrida los dardos que se cruzaban, durante los primeros tiempos, Churchill y De Gaulle. El premier Winston Churchill, que después de haber abogado por el nacimiento de unos “Estrados Unidos de Europa”, encontró en el paraguas de la asociación prioritaria con los Estados Unidos de verdad, los de América del Norte, la protección militar que imaginaba para las Islas Británicas, y se olvidó del resto de Europa. Su colega al otro lado del Canal de la Mancha, el general Charles De Gaulle, decía que había que armar una Europa unida y sólida dejando a los ingleses afuera. Y tenían que permanecer afuera, sostenía el caudillo francés, porque si se los dejaba entrar a la organización continental serían “el caballo de Troya” de los norteamericanos. Así, desde los años fundacionales.

El desarrollo posterior tampoco ayudó a que el entendimiento entre “el continente” y “las islas” se mejorara cualitativamente, en especial en los años de la Dama de Hierro, cuando Margaret Thatcher hacía pender su voto para la aprobación de los presupuestos europeos a condición de que Londres siguiera recibiendo el “cheque británico”. Las posturas de David Cameron en las últimas Cumbres Europeas, negándose a aprobar los presupuestos de la Unión hasta no tener seguridades de que la City londinense no sería tocada en absoluto, ni con un pequeño impuesto a las transacciones financieras internacionales, siguen de cerca las enunciaciones thatcheristas.

EL DULCE EXTERIOR   

Ahora, en una vuelta de tuerca, la crisis de la moneda común –el euro- y la estrategia merkeliana le ofrecen al conservadurismo británico una justificación ideal para volver a plantear la idea de sacar al Reino Unido de la asociación de 27 Estados de la Unión Europea. Cameron, aspirando los dulces perfumes del exterior, encamina a su gobierno a la realización de un referéndum, para que el pueblo británico decida con su voto la permanencia o la salida de la organización. 

En el fondo, el debate también sigue respondiendo a antinomias antiguas. Los ingleses siempre coincidieron en que la Unión Europea debería limitarse a ser un gran mercado común, con las fronteras exteriores coincidiendo con los bordes de los países periféricos. En cambio, en Francia (y, en algunos períodos, también en Alemania, en Italia y en los países nórdicos) creció con el siglo un sentimiento y una ideología federalista, que llegó a su punto culmine con el proyecto de establecimiento de una Constitución Europea (descartado tras las votaciones de rechazo en los plebiscitos holandés y francés, precisamente).   

Ahora, David Cameron dice desde el banco verde de la Cámara de los Comunes que “todas las opciones sobre el futuro de Gran Bretaña son imaginables, y no tenemos miedo de alzarnos y decir que no estamos contentos con ciertos aspectos de la relación” con Europa. Con esas declaraciones, el premier se sube a la discusión pública de la posibilidad de una salida de la Unión Europea (que los diarios ingleses denominan “brixit”, una combinación de “Britain” y “exit”, salida), al tiempo que intenta arrebatarle la bandera de la separación de la organizacion continental a la derecha nacionalista inglesa, que viene bregando por tomar ese camino desde hace años.

El coqueteo con la salida, que los conservadores “tories” han usado en el pasado para lograr mejorar las condiciones locales en la negociación con el resto de los socios europeos, parece tener ahora otro cariz: ya no es una posibilidad teórica, sino una alternativa concreta. Y cercana. Ya ni siquiera la discusión pasa por si hay que seguir adelante con la idea del referéndum o no, sino simplemente de cuándo habría que convocarlo. Cameron juega también allí una carta populista, la gente quiere votar, y votar en contra de Europa.

La idea del referéndum va calando, inclusive entre el sector de los europeístas británicos (también aquí, especialmente focalizado en los escritores, los intelectuales y los pensadores de la centroizquierda laborista). Un politólogo e historiador tan influyente como Timothy Garton Ash ha escrito que la consulta debería realizarse entre 2015 y 2020, durante el mandato del próximo Parlamento británico, y –contra la opinión generalizada- dice que la consulta la ganarán los ingleses que creen que su país debe permanecer dentro de la organización que ha garantizado, por más de medio siglo, la paz y la seguridad en el Viejo Continente. Cuando el votante, dice Garton Ash, reflexione si quiere que su país sea como Noruega –y sin petróleo- o Suiza, decidirán que la salida no es la mejor opción para Gran Bretaña.

Parecería ser, a tenor de lo que se discute en los medios de prensa y en los institutos de investigación en ciencia política, una reflexión demasiado optimista: las mediciones de las últimas semanas muestran que cerca del 70 por ciento de los británicos quiere que se realice el referéndum, y un 50 por ciento de ellos votaría por que Reino Unido abandone la Unión Europea.





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