martes, 12 de marzo de 2013

El circo del grillo 090313


La Voz del Interior – Opinión – Política Internacional - sábado 9 de marzo, 2013  


El circo del grillo

por Nelson Gustavo Specchia

Politólogo. Profesor de Política Internacional (UCC y UTN Córdoba)
Twitter:  @nspecchia




El insólito triunfador de las elecciones italianas, Giuseppe –Beppe- Grillo, asegura que Italia colapsará. Y sacó la cuenta de cuánto tiempo resta para ese punto de no retorno: seis meses. Más allá de los enconos discursivos, nadie cuestionó la afirmación del ex payaso. Esta vez habla en serio.

Polvos de aquel barro

Sin embargo, la estructura institucional armada tras la posguerra, con la Constitución de 1948 que mandó al exilio al rey y estableció la república parlamentaria, fue uno de los sistemas políticos más sólidos y modernos. Generó un bipartidismo firme, con la centroderecha de la Democracia Cristiana y dos opciones a la izquierda, el socialismo y el comunismo. Siguiendo una tradición romana, los democristianos se aprovecharon de la poderosa influencia social de la iglesia católica en la Italia profunda; mientras la centroizquierda participaba en la construcción de la socialdemocracia europea. El Partido Comunista Italiano, mientras tanto, llegó a ser la fuerza leninista más grande del mundo fuera de la Unión Soviética.

Esta arquitectura, con partidos sólidos e ideológicos, ofrecía opciones electorales diferenciadas; su caudal de adherentes generaba mayorías legislativas y éstas canales reales de acceso al poder. O sea, prácticamente un sistema de manual, una arquitectura óptima para dar estabilidad a una vida política tan agitada y convulsa como la italiana.

Pero esa fórmula de manual de la modernidad comenzó a hacer agua por los extremos en los años finales del siglo 20. La larga hegemonía de los democristianos fue introduciendo la mala hierba de la corrupción en los pasillos del poder (que, por otra parte, se mezclaban cada vez más con la “nobleza negra” de los laicos de la curia y las finanzas vaticanas). Giulio Andreotti fue una expresión de esa decadencia.

Por el costado izquierdo, los revolucionarios no se recuperaron de la aventura sanguinaria de las Brigadas Rojas tras el asesinato de Aldo Moro. Las investigaciones judiciales que empujaron al exilio en África de Bettino Craxi, mostraron que tampoco los socialistas eran inmunes a la marea de corrupción. Y hacia los noventa, la disolución de la Unión Soviética aceleró el fin del eurocomunismo y la reconversión del PCI en una fuerza centrista.

Aquel armado de un sistema de manual entró en una espiral crítica que recién ahora llega a sus últimas consecuencias: los bordes marcados de los partidos y las confrontaciones ideológicas que ofrecían –como quería Pascal- opciones claras y distintas, dejaron lugar a una constelación numerosa de pequeños partidos sin diferencias reales entre ellos. Y la confusión abrió la brecha por la que se coló el fenómeno que ha caracterizado la política italiana desde el cambio de siglo: el populismo desideologizado.

La ópera debe continuar

La buena salud de un sistema, como lo explica el profesor Ernesto Laclau, requiere asumir la existencia del conflicto. Las llamadas al consenso, tan biensonantes como superficiales, atentan contra uno de los elementales principios democráticos: el de la libre elección. Para que un ciudadano pueda ejercer su derecho a elegir, la oferta electoral debe presentarle opciones sustantivamente diferentes, que confronten entre sí y tengan posibilidades reales de acceso al poder.

La fragmentación italiana, por el contrario, fue diluyendo esos bordes y mimetizando las fuerzas. El gran hacedor –y el principal beneficiario- de esa desarticulación fue Silvio Berlusconi, que desde 2001, en presencia o entre bambalinas, mueve los hilos del poder en Roma.

Hasta las elecciones pasadas, aquella arquitectura bipartidista había logrado sobrevivir en la península. El magma de partidos de derecha que aglutina Berlusconi en torno a su figura (a pesar de la catarata de juicios, incluyendo la prostitución de menores), y los antiguos comunistas y socialdemócratas reconvertidos ahora en el Partido Democrático, sumaron entre ambos las preferencias de las tres cuartas partes del padrón. Pero en estas elecciones, ese porcentaje cayó a menos del 50% de italianos.

De esta manera, Pier Luigi Bersani y el incombustible Berlusconi se enfrentan por primera vez en la historia moderna de Italia al armado de un gobierno sin una arquitectura bipartidista.

El culpable es el payaso 

El bipartidismo se quebró porque llegó Beppe Grillo, y dijo en voz alta lo que muchos pensaban: que no es la crisis económica europea la responsable de los males italianos, sino el propio sistema el que está podrido por dentro.

Su apolítico y antieuropeo “Movimiento 5 Estrellas” fue el partido individual más votado, con un cuarto del total del padrón. El circo de Grillo viene a generar un “tripartidismo” inédito y del todo inviable. Esta situación a tres bandas exigiría que dos se alíen contra el tercero, pero ¿cuáles dos?

A Berlusconi los otros le huyen como a la peste; al izquierdista Bersani ni Grillo ni “Il Cavaliere” lo saludan siquiera; y al ex payaso los otros dos lo ningunean. Pero sin embargo es el nuevo “hacedor de reyes”, como dicen en Roma. Y si es preocupante su rechazo a la política y a la ideología, los datos cualitativos de quiénes son los que lo apoyan son aún más preocupantes: las mujeres, los jóvenes, los desocupados, los estudiantes universitarios, los profesionales.

Tiene razón Beppe Grillo: el sistema se dirige al colapso. Y sabe por qué: porque ya nadie cree en él.