sábado, 20 de abril de 2013

De princesa a cenicienta (20 04 13)

HOY DÍA CÓRDOBA – Periscopio – viernes 4 de abril de 2013 

PERISCOPIO 

De princesa a cenicienta 

por Nelson Gustavo Specchia 





Me escribe una apreciada colega desde la Univertitat Autònoma de Barcelona, describiendo con una profundidad que no había encontrado hasta ahora las consecuencias anímicas de la crisis española. Han cambiado muchas cosas en los últimos meses, y han cambiado a una velocidad inusitada. Y más allá de los efectos en la estructura económica, han calado hondo en el ambiente y en el humor social. “Cierta felicidad cotidiana y una relativa tranquilidad estaban asociadas en el imaginario colectivo a la recuperación de la democracia tras el franquismo –me escribe la profesora catalana- y ese clima está desapareciendo: caras largas, malhumor, miradas agresivas o desalentadas...”

Ese ambiente, además, no se ve atemperado por la clase política y las instituciones. Al contrario. Mariano Rajoy, el presidente del gobierno, es poco más que un ente virtual desde que explotara el “caso Bárcenas”, con la revelación de la “contabilidad B” del oficialista Partido Popular, donde se comprobó que los contratos acordados por los funcionarios a las empresas proveedoras del Estado volvían en carácter de sobresueldos para los dirigentes del partido, Rajoy incluido.

Desde entonces, el presidente ha delegado toda comunicación en Soraya Sáez de Santamaría, y en la jefa del partido, Dolores de Cospedal. Él se limita a unas pantomimas de “conferencias de prensa” donde no se presenta en vivo frente a los periodistas, sino que les habla a través de unas pantallas de plasma (y, claro está, no contesta preguntas).

La oposición socialista, por su parte, sigue sumergida después de la violenta paliza de las últimas elecciones generales, en los inicios de esta pendiente de malhumor social, cuando las mayorías rechazaron la gestión naif y voluntarista de la crisis que hizo José Luis Rodríguez Zapatero.

REY DE BASTOS 

Ante esa ausencia de protagonismo en las fuerzas representativas, podría haberse esperado, en todo caso, que las instituciones del Estado –las que se supone por encima de los tembladerales de la coyuntura- fueran las que aportaran tranquilidad a una sociedad empujada a un ajuste draconiano y al desarme del Estado de Bienestar.

Pero no, éstas tampoco han estado a la altura.

Desde aquella foto en Botswana posando frente a un elefante abatido (de la que sólo se supo porque en la cacería se quebró la cadera), la popularidad del rey Juan Carlos y de la monarquía no han dejado de caer en picada. Hasta tal punto que han vuelto a flamear en movilizaciones populares las antiguas banderas rojas, amarillas y violetas de la Segunda República Española, y los islotes de republicanismo han reaparecido (en especial en las redes sociales).

Es que la Casa Real, cuyo titular es el Jefe del Estado, ha dejado demasiados flancos abiertos, que quizá podrían haberse disimulado un poco en tiempos de vacas gordas, pero que en estas horas de ajustes, achiques, ahorros forzosos, desempleo record y hasta olas de suicidios por desalojos inmobiliarios, no sólo son indisimulables sino que adquieren la dimensión de insulto.

Estos traspiés del monarca han echado por tierra sus años de construcción mediática elaborada buscando el bajo perfil: una campechanía que lo acercó a las masas populares y un intento de “normalidad” familiar. Esa imagen separaba efectivamente a la Casa Real española de las otras monarquías constitucionales europeas, siempre presentes en las revistas del corazón y en las páginas sociales.

Pero aquella es ya una imagen del pasado y la imputación de la infanta Cristina, en el juicio por corrupción y por tráfico de influencias de su marido, Iñaki Urdangarín, es la losa que entierra aquella paciente construcción del rey.

AMBICIÓN PLEBEYA

Cristina e Iñaki encajaban perfectamente en esa imagen un tanto idílica que armaban los publicistas de la Casa Real. Ella siempre tuvo un perfil bajo, como su padre, estudió y trabajaba como cualquier hijo de vecino en las oficinas de “la Caixa”, la caja de ahorros de Barcelona.

Se casó, además, con un apuesto plebeyo, que había sobresalido por sus dotes deportivas y que provenía de una comunidad autonómica a la que siempre el Estado español tiene que tratar con suma delicadeza: el País Vasco. Pero el “beyo plebello” (Les Luthiers dixit) era, además, ambicioso.

No le alcanzaban las partidas presupuestarias asignadas por el Estado para que ejerciera sus funciones de representación como duque consorte de la infanta, los palacios de invierno y los de la costa, los aviones y los autos. Quería más. Y armó una aparentemente inocua fundación para organizar eventos deportivos, “Nóos” que –oh casualidad- fue ganando contrato tras contrato, suculentos todos, en las comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular.

Todo el “caso Nóos” del ex deportista devenido en duque de Palma revela un entramado de tráfico de influencias y cobro de honorarios y comisiones millonarias, que no puede haber sido desconocido por la Casa Real. En definitiva, era el nombre de su suegro, el monarca, el que se utilizaba para abrir las puertas y conseguir los favores.

La causa que instruye el juez José Castro ha incorporado a la investigación correos electrónicos del duque de Palma, que se refieren a mediaciones del rey ante empresarios y políticos: “SM (Su Majestad) me comenta que un amigo suyo ha hecho la gestión que pedimos”, escribe su yerno, muy suelto de cuerpo.

DEMASIADAS PRINCESAS 

Cuando comenzaron a hacerse públicos estos documentos y se intuyeron los alcances de la estafa, la Casa Real intentó un control de daños y separó a las infantas de las presentaciones institucionales de la familia real.

El último 12 de octubre, día de la Fiesta Nacional española, los duques de Palma desaparecieron del palco, así como la infanta Elena, la hija mayor de los reyes. A los efectos protocolares, la familia real quedó limitada a Juan Carlos y Sofía y sus herederos: Felipe, príncipe de Asturias, y su esposa Letizia.

Pero ya era un poco tarde para este tipo de arreglos, y la caída de popularidad de la monarquía no se detuvo: el último discurso de navidad, ocasión en que el rey emite su mensaje anual a los españoles, tuvo la menor audiencia en quince años.

Y 2013 no comenzaría mejor: la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, formalmente presentada como “amiga” del rey (pero ya nadie toma demasiadas precauciones en admitir una larga relación amorosa entre ambos) dijo en febrero que había realizado trabajos “delicados y confidenciales” para el gobierno.

También hizo gestiones para que el yerno de su “amigo” lograra más contratos. El jefe de los espías españoles, general Félix Roldán, tuvo que ir a dar explicaciones al Congreso –a puertas cerradas- sobre los “trabajos confidenciales” de la bella princesa alemana, la amante real. Demasiadas princesas.

Quizá las expectativas refundacionales sean exageradas, pero mi colega termina su apesadumbrada carta contándome que en la última movilización de desocupados, por las calles de Barcelona, se volvieron a escuchar unas frases que parecían llegar desde otro tiempo, desde las amarillas páginas de la historia: “Ni en dioses, reyes ni tribunos / está la salvación. / Nosotros mismos realicemos / el esfuerzo redentor... / El género humano / es La Internacional.” Exagerado o no, no habría que despreciar tan ligeramente el malhumor social.




Twitter: @nspecchia




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