lunes, 22 de abril de 2013

Los muertos que vos matáis (23 04 13)

En Foco – HOY DÍA CÓRDOBA – El Mundo – Página 2 – martes 23 de abril de 2013 

Los muertos que vos matáis 

por Pedro I. de Quesada 







Cuando el ex obispo de la iglesia católica, Fernando Lugo, colgó la sotana y decidió meterse de lleno en la vida política paraguaya, una bocanada de aire fresco ventiló las herrumbradas estructuras republicanas.

Como muy gráficamente me dijo un colega, en un seminario académico en Asunción por aquellos días, Lugo era “un sapucay (un grito) de esperanza y la muerte del conservadurismo colorado”. Pero el problema con los gritos –y con las esperanzas- es que no alcanzan a mucho si no se aprovecha el envión para forzar una alteración de modos y procedimientos enraizados en la cultura popular.

Lugo despertó muchas expectativas, y tuvo en su breve paso por el poder más de una oportunidad para generar las condiciones que acompañaran el surgimiento de una nueva fuerza política en Paraguay; pero no pudo o no supo hacerlo.

En un primer momento, la alegría del cambio se consumió en la fiesta de haber terminado con las largas seis décadas de la autocracia del general Alfredo Stroessner. Luego comenzaron las demandas de paternidad de hijos engendrados en sus tiempos obispales, violando el hipócrita voto de castidad con que la iglesia insiste en someter a sus pastores, y los sectores que lo apoyaban no disminuyeron.

Más tarde apareció el cáncer, y la lucha contra la enfermedad le trajo nuevas adhesiones para armar un partido político grande. Por último llegaron los embates de los ex aliados, y un sector importante se encolumnó detrás de Fernando Lugo, pero éste ya había decidido no dar batalla sino entregar resignadamente el gobierno al establishment.

Con el golpe de Estado “blando” propinado por el Partido Liberal Radical Auténtico desde el Congreso y la asunción del Ejecutivo por parte de su ex aliado, el vicepresidente Federico Franco, se terminó la experiencia “luguista” y se calló aquel “sapucay” que había empezado tan esperanzadamente.

Y las maniobras que tejía a la luz del día y sin ningún reparo el general Lino Oviedo mostraron, además, que el Partido Colorado no estaba muerto. Los sesenta años de hegemonía no fueron en vano: quedó el “aparato” (ese que Lugo no pudo ni siquiera comenzar a construir) y la compleja red de relaciones entre familias, cargos públicos y fortunas que se amasaron bajo la sombra protectora de la dictadura.

La fuerza del partido que ha sido la herramienta de la diminuta élite económica guaraní (con esas excentricidades de la política latinoamericana, de ser un partido de ricos sostenido por una inmensa masa de desposeídos) quedó demostrada cuando Lino Oviedo murió, a raíz de un accidente en su helicóptero, en febrero pasado: rápidamente se reordenaron los tantos, y el partido buscó sin demora un liderazgo alternativo para los colorados.

Allí apareció la figura –y los cientos, los miles, los cientos de miles de dólares- de Horacio Cartes. Pero no se puede decir que Cartes, presidente electo desde el domingo a la noche, haya comprado simplemente su elección. No, sus millones aceitaron la máquina electoral, sin duda, pero su victoria obedece a los dos factores que aquí comentamos: el fracaso aplastante de la experiencia renovadora y de las tácticas obispales de Fernando Lugo, y el menosprecio y la liviandad con que su grupo abordó la necesidad de desmantelar al Partido Colorado.

Los muertos que vos matáis, queda visto, gozan de buena salud.






Twitter:  @nspecchia


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