Belcebú en el cielo o el infierno
por Pedro I. de QuesadaGiulio Andreotti ha muerto. A los 94 años. Y con él –y con los secretos que prometió que se llevaría a la tumba- se va una parte importante de
Giulio Andreotti ha muerto. ¿Qué cosas oscuras e ingratas hay que hacer en la vida para que a uno le cuelguen el mote de “Belcebú”, que es uno de los tantos nombres del diablo? Muchas, sin duda.
Y Andreotti las hizo, en las siete oportunidades en que ocupó
el sillón de Primer Ministro (también fue ocho veces ministro de Defensa;
Canciller en cinco gobiernos; y ocupó otros ministerios, como los de Interior,
Finanzas, Hacienda, Industria o Presupuestos, hasta ser designado Senador
Vitalicio en 1991).
Un ejercicio, el del poder, que había aprendido a la vera de
uno de los fundadores de la
Italia moderna en el seno de una Europa integrada: Alcide de
Gasperi. Junto con el alemán Konrad Adenauer y los franceses Charles de Gaulle
y Robert Schuman (que seguían el guión escrito por Jean Monnet), De Gasperi se
sumó al proceso de unidad de Europa tras la segunda posguerra, y su herramienta
en la península italiana fue la confluencia de iglesia, papado y la derecha
política tradicional: el resultado fue la Democracia Cristiana.
Y allí, a la vera del maestro De Gasperi, el pequeño Giulio
Andreotti –había nacido en 1919- inició esa larga carrera política contra la
que no pudo nadie: ni los avatares del siglo XX, ni el hecho de que el papa
dejara de ser exclusivamente un jefe político italiano, ni sus probados
vínculos con la mafia. Sólo pudo terminar con ella la tumba.
El alias de “Belcebú” le vino por su personalidad oscura
(“tenebrosa”, según sus enemigos) y los vínculos non sanctos con el Banco del
Vaticano (que acaba de empujar la renuncia de un papa, Benedicto XVI, y que
parece querer reformar otro, el argentino Francisco); con la mafia de
Propaganda Due (P2) de Licio Gelli; y la mafia de la Cosa Nostra de Totó
Riina.
Tampoco sus correligionarios tenían muy buena opinión de él:
Aldo Moro, el gran político democristiano asesinado por las Brigadas Rojas, le
criticaba a Belcebú “su falta de bondad, de sabiduría, de flexibilidad, de
limpieza…”
Respecto de la Cosa Nostra , el máximo tribunal de justicia
italiano dio por probado sus lazos y su relación “auténtica, estable y
amigable”. Llegó a condenarlo a 24 años de prisión por esos vínculos, pero las
amistades poderosas amasadas durante una vida tan larga pudieron más, y fue
finalmente sobreseído.
Los demócratas cristianos italianos, aunque ya no gocen de
la hegemonía del poder que tuvieron durante la segunda mitad del siglo XX,
prefieren recordarlo con otro mote: El Divo. “Los secretos de Estado me los
llevaré al paraíso”, dijo El Divo Andreotti en una de sus últimas entrevistas.
O al infierno, dirían sus enemigos, que –como Belcebú- son
legión.